jueves, 27 de marzo de 2008

Diálogo del amo y su siervo. Texto babilónico, siglo XIII a.C.


En su inacabada "Breve historia del relativismo", Johannes Schneider dedicaba al "Diálogo pesimista del amo y su siervo" el primer y más extenso capítulo. Su fascinación no me parece excesiva. Ocho siglos antes que los sofistas griegos, un anónimo escriba mesopotámico comprendió la relatividad del concepto de verdad; tres milenios antes que Dostoievski y Nietzsche, advirtió las aporías que inevitablemente entrañaba el camino del nihilismo.


Adjunto incorporo el texto en cuestión casi totalmente íntegro, a excepción de unas cuantas líneas que por desgracia resultan ilegibles.


I

- ¡Siervo, obedéceme!
- ¡Sí, mi señor, sí.!
- Engancha mi carro inmediatamente. Iré al palacio.
- ¡Ve, mi señor, ve!. Así cumplirás todos tus deseos, y recibirás la gracia del rey.
- ¡No, siervo, no iré a palacio!
- ¡No vayas, mi señor, no vayas! El rey puede enviarte a un país desconocido donde dejará que te capturen, y día y noche tendrás pesadumbre.

II

- ¡Siervo, obedéceme!
- ¡Sí, mi señor, sí!
- Trae inmediatamente agua para mis manos y dámela: quiero comer.
- Come, mi señor, come. Comer regularmente esparce tu corazón. El dios Shamash acude tras un banquete que se devora con dicha y las manos lavadas.
- No, siervo, no comeré.
- No comas, mi señor, no comas. Tener hambre y comer, tener sed y beber, sucede a todos los hombres.


III

- ¡Siervo, obedéceme!
- ¡Sí, mi señor, sí!
- Trae inmediatamente mi carro, engánchalo. Iré al desierto.
- ¡Ve, mi señor, ve! El estómago del fugitivo siempre está lleno. Un perro de caza puede partir un hueso; el fugitivo pájaro construir un nido y el asno salvaje correr de acá para allá.
- No, siervo, no iré al desierto.
- ¡No vayas, mi señor, no vayas!. El espíritu del fugitivo es mudable. Los dientes del perro de caza se romperán; la casa del fugitivo pájaro está en un simple agujero en la pared, y la morada del asno salvaje que corre de acá para allá es el desierto.

(...)

VI

- ¡Siervo, obedéceme!
- ¡Sí, mi señor, sí!
- A la palabra de mis adversarios permaneceré silencioso.
- Calla, mi señor, calla. Es silencio es mejor que hablar.
- No, siervo, a la palabra de mi adversario no permaneceré silencioso.
- ¡No calles, mi señor, no calles! Si no empleas tu boca, tu adversario se irritará más contigo.

VII

- ¡Siervo, obedéceme!
- ¡Sí, mi señor, sí!
- Me propongo iniciar una rebelión.
- Hazlo, mi señor, hazlo. Si no inicias una rebelión, ¿qué será de tu arcilla? ¿Quién te dará algo con que llenar tu estómago?
- No, siervo, no emplearé la violencia.
- ¡No lo hagas, mi señor, no lo hagas! El hombre que emplea la violencia o recibe la muerte o es maltratado, o lisiado, o capturado y puesto en cautiverio.

VIII

- ¡Siervo, obedéceme!
- ¡Sí, mi señor, sí!
- A una mujer amaré.
- Sí, ama, mi señor, ama.
- El hombre que ama a una mujer olvida el dolor y la pena.
- No, siervo, a una mujer no amaré.
- No ames, mi señor, no ames. La mujer es un pozo; la mujer es una daga de hierro, muy afilada, que corta el cuello del hombre.

IX

- ¡Siervo, obedéceme!
- ¡Sí, mi señor, sí!
- Trae inmediatamente agua para mis manos y dámela: ofreceré un sacrificio a mi dios.
- ¡Ofrécelo, mi señor, ofrécelo!
- El hombre que ofrece un sacrificio a su dios es feliz; una garantía sobre una garantía hace.
- No, siervo, no ofreceré un sacrificio a mi dios.
- No lo ofrezcas, mi señor, no lo ofrezcas. Tal vez enseñes a un dios a trotar en pos de ti, como un perro, cuando te requiera diciendo: “Celebra mi ritual” o “No inquieras al oráculo”, o cualquier otra cosa.

X

- ¡Siervo, obedéceme!
- ¡Sí, mi señor, sí!
- Daré alimento para mi país.
- Dalo, mi señor, dalo. El hombre que ofrece alimento a su país, hace que su cebada siga siendo propia, pero que los recibos de sus intereses sean inmensos.
- No, siervo, no daré alimento a mi país.
- No lo des, mi señor, no lo des. Dar es como amar, o como engendrar un hijo. Te maldecirán, comerán tu cebada y te destruirán.

XI

- ¡Siervo, obedéceme!
- ¡Sí, mi señor, sí!
- Haré algo útil por mi país.
- ¡Hazlo, mi señor, hazlo! El hombre que hace algo útil por su país, coloca su favor en la balanza de Marduk.
- No, siervo, no haré algo útil por mi país.
- No lo hagas, mi señor, no lo hagas. Encarámate a las montañas de antiguas ruinas y anda por ellas: mira las calaveras de hombres pretéritos y recientes: ¿cuál de ellos es un malhechor, cuál un benefactor público?


XII

- ¡Siervo, obedéceme!.
- ¡Sí, mi señor, sí!
- ¿Qué es entonces lo bueno? ¿Romper mi cuello y tu cuello, y arrojarnos ambos al río?
- Eso es lo bueno. ¿Quién es tan alto que ascienda al cielo? ¿Quién tan ancho que abarque la tierra?
- No, siervo; te mataré y enviaré precediéndome.
- En tal caso, ¿desearía mi señor vivir siquiera tres días después de mí?

Diccionario jázaro (novela léxico) Milorad Pavic.


Mucho se ha especulado en este convulso principio de siglo acerca del fin de la novela. Para predicar la muerte el género se ha argumentado que la novela ha llegado a sus propios límites, o bien que ha dejado de representar el mundo mental de sus lectores. Sin duda tal crítica puede hacerse a la novela convencional, cuya rigidez se estrella en su propósito de captar nuestro mundo plural y relativo: no sucede así en otro tipo de novelas, experimentales y flexibles, que están convirtiéndose en un espejo privilegiado de este misterioso acto final de la Modernidad que algunos llaman Postmodernidad. Es entre estas obras excepcionales donde merece ser situado el casi desconocido Diccionario jázaro (1984), del escritor serbio Milorad Pavic.
Temáticamente, la obra no propone nada digno de asombro a sus lectores. Como otras tantas novelas de la década de los ochenta, en la estela de El nombre de la rosa; aborda el tema histórico –y más concretamente, la misteriosa historia de un pueblo real, el de los jázaros, que habitaron la ribera del mar Negro en la Edad Media y se esfumaron sin dejar rastro-. Fiel admirador de Borges, en su narración se mezclará indisolublemente historia y ficción, realidad y fantasía. Sólo consultando fuentes externas el lector podrá deshacer el equívoco para acabar comprobando que muchos de los datos que dio por ciertos son falsos, y viceversa. Hasta tal punto la novela nos engaña, y revela la sutil frontera entre la realidad y la ficción.
Será sin embargo en su estructura donde la novela evidenciará su originalidad y maestría. El lector incauto que tropieza con Diccionario jázaro ha de enfrentarse a múltiples misterios que deben ser desentrañados: extrañas ilustraciones mitológicas, texto con tipografía en tres colores, o signos de cruces, lunas y estrellas inquietantemente esparcidas a lo largo de la novela -sin olvidar que, si es observador, observará en la portada un extraño subtitulo que le indicará el sexo del libro: o bien Ejemplar masculino, o bien Ejemplar femenino-. No encontrará nada parecido a un esquema clásico de planteamiento, nudo y desenlace, e incluso le resultará difícil decidir por qué página comenzar a leer. El autor sólo le ofrece una guía: unas breves instrucciones de uso que le invitarán, literalmente, a leer la obra como prefiera; a sumergirse a su modo en este gigantesco juego. Al fin y al cabo, así nos enfrentamos al mundo: como un texto caótico cuyas leyes no entendemos y nos vemos obligados a interpretar.
Diccionaro jázaro esta compuesto por tres diccionarios: un diccionario cristiano –rotulado en rojo-, otro árabe –en verde- y otro judío –amarillo-. Las tres son presuntas enciclopedias sobre el pueblo jázaro, y pretenden dilucidar un misterio: a qué religión se convirtió el khagán de los jázaros, y con él todos sus súbditos, en la Alta Edad Media. La particularidad es que cada una interpreta la historia a su manera, y en consecuencia los diccionarios entran en contradicción: así, la versión cristiana afirma que se convirtieron en cristianos, la islámica que en musulmanes y la hebrea que abrazaron el judaísmo. Puesto en la disyuntiva de escoger, el lector deberá navegar a su antojo por el libro saltando de acepción en acepción, leyendo una y otra vez las mismas leyendas levemente modificadas o irreconciliablemente distintas; quizás creyendo más unas versiones y desconfiando de otras, y en suma comprendiendo que no existe ninguna verdad que penetrar, o bien que hay infinitas verdades y cada uno construye la propia a su manera.
En 1961 Julio Cortázar nos proponía con Rayuela una novela que podía leerse –que “se dejaba leer”- en al menos dos direcciones distintas. No me parece una hipérbole afirmar que en Diccionario jázaro, heredero de este afán lúdico, las posibilidades de lectura se han multiplicado virtualmente hasta el infinito. El lector está sometido a una constante exigencia de elección; si quiere participar en el juego no sólo puede, sino que debe optar. Puede escoger leer sólo uno de los diccionarios –quizás el cristiano, o ver la historia jázara desde el punto de vista de los árabes; o ser un estudioso judío por unas horas-. Tal vez renuncie a leer los apéndices, o tal vez los considere parte de la narración; quizás escoja no leer ciertas acepciones del diccionario, o se decida a leer la obra en sentido contrario al habitual. Toda elección, por extravagante que parezca, es válida, y cada una de esas elecciones modificará sustancialmente su comprensión de la novela.
La obra consta de tres tramas, o mejor dicho, en ella se mezclan anárquicamente tres historias que transcurren en tres momentos diferenciados: una en la Alta Edad Media en la tierra de los jázaros, otra en 1689 en el Danubio y otra en 1982 en Estambul. Pero el lector no debe sentirse engañado por la aparición de fechas: en Diccionario jázaro el tiempo no existe, se disuelve, se convierte en nada. La obra goza de esa atemporalidad mágica que poseen las enciclopedias, en las cuales la linealidad es sacrificada a un orden no más convencional –el alfabético-. En el universo mágico de Pavic todo parece transcurrir simultáneamente –el antes y el después, la causa y su efecto-, lo mismo que cada leyenda convive con las versiones que la completan, o aún la niegan. Difícil es tomar partido en esta obra donde todas las historias parecen apócrifas, o bien todas son reales, y la única apócrifa es la realidad que no es capaz de proporcionar un plano en el que todas sean verdaderas.
El filósofo Gianni Vattimo ha escrito sobre nuestra época que ya no cabe hablar de grandes discursos ni de sólidas verdades, sino sólo de débiles certezas, transitorias y frágiles; Werner Heisenberg, con su teoría de la indeterminación, que es imposible conocer el mundo, pues el observador incide inevitablemente en lo observado. De estos principios se hace eco Milorad Pavic al proponernos una novela multiperspectivista, inagotable en posibilidades; un rompecabezas infinito donde cada verdad invalida a la anterior, y es imposible construir una verdad global. Para complicar las cosas circulan dos ediciones distintas de la novela, un ejemplar femenino y otro masculino; dos libros que parecen idénticos pero que se diferencian exactamente en catorce líneas. Catorce insignificantes líneas en una obra de más de trescientas páginas y que, sin embargo, cambian el sentido de la novela. El autor, quizás previendo la resistencia del lector a comprar no ya uno sino dos libros prácticamente idénticos, le propone en la última página la siguiente solución: salir el primer miércoles de mes a la pastelería más cercana con su libro bajo el brazo, en busca de otra persona que, como él, habrá seguido las indicaciones y estará esperándolo con el ejemplar opuesto para intercambiarlo. Por desgracia, la novela, que tuvo una muy favorable acogida de la crítica, no alcanzó apenas repercusión a nivel de público. De lo contrario, se habría hecho frecuente en nuestras pastelerías y calles la presencia de cientos de lectores errando con un libro bajo el brazo, buscando incansablemente su mitad correspondiente para recomponer el andrógino de la verdad.
Phillip Trotink afirmaba ya en 1984, en Paris-Match, que sin lugar a dudas nos hallábamos ante la primera novela del siglo XXI. Es lamentable observar que veintitrés años después esta joya literaria no ha tenido apenas repercusión, y se conforma con una discreta pervivencia en círculos cada vez más pequeños y especializados. Aunque bien pensado no podía tener una acogida distinta la primera novela del siglo XXI, en un mundo que con frecuencia se sigue conformando con escribir las últimas novelas del XX.