En su inacabada "Breve historia del relativismo", Johannes Schneider dedicaba al "Diálogo pesimista del amo y su siervo" el primer y más extenso capítulo. Su fascinación no me parece excesiva. Ocho siglos antes que los sofistas griegos, un anónimo escriba mesopotámico comprendió la relatividad del concepto de verdad; tres milenios antes que Dostoievski y Nietzsche, advirtió las aporías que inevitablemente entrañaba el camino del nihilismo.
Adjunto incorporo el texto en cuestión casi totalmente íntegro, a excepción de unas cuantas líneas que por desgracia resultan ilegibles.
I
- ¡Siervo, obedéceme!
- ¡Sí, mi señor, sí.!
- Engancha mi carro inmediatamente. Iré al palacio.
- ¡Ve, mi señor, ve!. Así cumplirás todos tus deseos, y recibirás la gracia del rey.
- ¡No, siervo, no iré a palacio!
- ¡No vayas, mi señor, no vayas! El rey puede enviarte a un país desconocido donde dejará que te capturen, y día y noche tendrás pesadumbre.
II
- ¡Siervo, obedéceme!
- ¡Sí, mi señor, sí!
- Trae inmediatamente agua para mis manos y dámela: quiero comer.
- Come, mi señor, come. Comer regularmente esparce tu corazón. El dios Shamash acude tras un banquete que se devora con dicha y las manos lavadas.
- No, siervo, no comeré.
- No comas, mi señor, no comas. Tener hambre y comer, tener sed y beber, sucede a todos los hombres.
III
- ¡Siervo, obedéceme!
- ¡Sí, mi señor, sí!
- Trae inmediatamente mi carro, engánchalo. Iré al desierto.
- ¡Ve, mi señor, ve! El estómago del fugitivo siempre está lleno. Un perro de caza puede partir un hueso; el fugitivo pájaro construir un nido y el asno salvaje correr de acá para allá.
- No, siervo, no iré al desierto.
- ¡No vayas, mi señor, no vayas!. El espíritu del fugitivo es mudable. Los dientes del perro de caza se romperán; la casa del fugitivo pájaro está en un simple agujero en la pared, y la morada del asno salvaje que corre de acá para allá es el desierto.
(...)
VI
- ¡Siervo, obedéceme!
- ¡Sí, mi señor, sí!
- A la palabra de mis adversarios permaneceré silencioso.
- Calla, mi señor, calla. Es silencio es mejor que hablar.
- No, siervo, a la palabra de mi adversario no permaneceré silencioso.
- ¡No calles, mi señor, no calles! Si no empleas tu boca, tu adversario se irritará más contigo.
VII
- ¡Siervo, obedéceme!
- ¡Sí, mi señor, sí!
- Me propongo iniciar una rebelión.
- Hazlo, mi señor, hazlo. Si no inicias una rebelión, ¿qué será de tu arcilla? ¿Quién te dará algo con que llenar tu estómago?
- No, siervo, no emplearé la violencia.
- ¡No lo hagas, mi señor, no lo hagas! El hombre que emplea la violencia o recibe la muerte o es maltratado, o lisiado, o capturado y puesto en cautiverio.
VIII
- ¡Siervo, obedéceme!
- ¡Sí, mi señor, sí!
- A una mujer amaré.
- Sí, ama, mi señor, ama.
- El hombre que ama a una mujer olvida el dolor y la pena.
- No, siervo, a una mujer no amaré.
- No ames, mi señor, no ames. La mujer es un pozo; la mujer es una daga de hierro, muy afilada, que corta el cuello del hombre.
IX
- ¡Siervo, obedéceme!
- ¡Sí, mi señor, sí!
- Trae inmediatamente agua para mis manos y dámela: ofreceré un sacrificio a mi dios.
- ¡Ofrécelo, mi señor, ofrécelo!
- El hombre que ofrece un sacrificio a su dios es feliz; una garantía sobre una garantía hace.
- No, siervo, no ofreceré un sacrificio a mi dios.
- No lo ofrezcas, mi señor, no lo ofrezcas. Tal vez enseñes a un dios a trotar en pos de ti, como un perro, cuando te requiera diciendo: “Celebra mi ritual” o “No inquieras al oráculo”, o cualquier otra cosa.
X
- ¡Siervo, obedéceme!
- ¡Sí, mi señor, sí!
- Daré alimento para mi país.
- Dalo, mi señor, dalo. El hombre que ofrece alimento a su país, hace que su cebada siga siendo propia, pero que los recibos de sus intereses sean inmensos.
- No, siervo, no daré alimento a mi país.
- No lo des, mi señor, no lo des. Dar es como amar, o como engendrar un hijo. Te maldecirán, comerán tu cebada y te destruirán.
XI
- ¡Siervo, obedéceme!
- ¡Sí, mi señor, sí!
- Haré algo útil por mi país.
- ¡Hazlo, mi señor, hazlo! El hombre que hace algo útil por su país, coloca su favor en la balanza de Marduk.
- No, siervo, no haré algo útil por mi país.
- No lo hagas, mi señor, no lo hagas. Encarámate a las montañas de antiguas ruinas y anda por ellas: mira las calaveras de hombres pretéritos y recientes: ¿cuál de ellos es un malhechor, cuál un benefactor público?
XII
- ¡Siervo, obedéceme!.
- ¡Sí, mi señor, sí!
- ¿Qué es entonces lo bueno? ¿Romper mi cuello y tu cuello, y arrojarnos ambos al río?
- Eso es lo bueno. ¿Quién es tan alto que ascienda al cielo? ¿Quién tan ancho que abarque la tierra?
- No, siervo; te mataré y enviaré precediéndome.
- En tal caso, ¿desearía mi señor vivir siquiera tres días después de mí?